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Dime quien eres: Capitulo II

Cuando la profesora Carrigan me pregunto por la composición, no supe sinceramente que responder, se acercó lentamente a mi mesa después de que un trago de largo silenció se sostuviera en el ambiente al quedarme pensando en nada durante aquellos instantes. No debía sacar otra nota baja en arte o claro estaba que acabaría por suspender, y adiós a mi gran sueño de pianista profesional. Pero esta vez, al contrario que las otras, una ola de arrepentimiento me inundo por completo, al recordar la mañana anterior llena de cervezas y risas incontroladas. La ronca voz de Carrigan me preguntó de nuevo con una larga y agridulce sonrisa entre los dientes:


- señorita , y su  actividad? - dijo dedicándome una de sus interrogantes miradas.
- yo..., ayer no me encontraba bien, lo siento.

La profesora se limitó a decir nada, y tras un fuerte suspiro se giró y volvió a su grande y blanca mesa ordenando que abriésemos el libro de música contemporánea por la pagina sesenta i tres. Y yo sentí ese calor que oprimía mi interior alejarse por fin.

La profesora Carrigan era una mujer de sesenta y pocos años de edad, de mirada afable y confiada. Su pelo era ondulado y largo, de un color blanco centelleante. Posiblemente cuando era más joven debía tenerlo rubio platino, ese color que verlo te hace pensar que es imposible que sea natural. Llevaba ropa que parecía sacada del armario de los horrores, y unas gafas de culo de botella por lo cual sus ojos azul marino se veían minúsculos. Supongo que por eso todos los alumnos siempre la miraban con cierto desprecio. A veces llegaba a ser bastante fría, pero tenía algo que me hacía tener cierta devoción por ella.

Era una persona extraña, pero de confianza.Tal vez el hecho de haberla tenido como profesora durante tantos años me hacía apreciarla como si fuera mi propia madre.

Desde la segunda fila donde me encontraba yo, el poster de aquellos violines antiguos se reflejaba en el vaso de agua de Carrigan, y yo me dignaba a ver pasar las horas en el, en los reflejos que imaginaba hasta ver claramente como un sucio espejo que muestra la imagen tras una capa de polvo. Caren dibujando como siempre aquellos raros paisajes de pinos y mares a lápiz, con la boca medio abierta y las cejas fruncidas expresando una completa concentración en su obra. Jordan pensando en las musarañas, haciendo como que escuchaba las explicaciones de Carrigan, pero con mirada perdida en cada gesto de la profesora.

Los demás seguramente estaban atendiendo las explicaciones, algunos con los brazos cruzados sobre la mesa, otros apoyándose los codos y la barbilla en sus manos, y unos pocos simplemente tomando apuntes en sus cuadernos. Aquel chico del que nunca me acordaba del nombre al final de la fila, tan extraño y oscuro como la misma noche, estaba mirando por la ventana como la lluvia chocaba contra el cristal.

Daba miedo, la verdad, nunca hablaba con nadie, yo ni siquiera sabía cómo sonaba su voz, ni  como era el color de sus ojos. Pero se veía un chico inteligente, ya que siempre tenía encima su pupitre los trabajos todos completos y sin fallos. Era interesante contemplar como nosotros los alumnos actuábamos con diferentes maneras Bajo las aburridísimas clases de la Carrigan, llena de nombres raros e historias de músicos famosos en la antigüedad.

Cuando la campana sonó todos nos levantamos rápidamente, y el ruido de las mesas se mezcló con la voz de Carrigan recordando los ejercicios para el martes. Mientras introducía los bolígrafos en mi estuche, y los libros en el interior de la mochila, me llamó la atención ver cómo a pesar de la intensa lluvia, el arcoíris seguía  empeñado en mostrar sus 5 colores. Necesitaba dialogar con la profesora acerca de mi  conducta, Carrigan había estado a mi lado desde que cumplí los cuatro años, cuando mi padre la contrato para que me diera clases privadas de piano en mi casa.

Ella siempre se preocupaba por mi futuro e intentaba ser como la madre que nunca tuve.  Aunque yo siempre había sido una chica difícil de entender, con muchos problemas y con una rara personalidad, Carrigan intentaba aconsejarme sobre los buenos caminos, e indicarme con sus grandes ayudas como poder seguir adelante sin necesidad de más gente. 

Me dirigí hacia ella con la mirada en el brillante suelo, donde la luz blanca del techo se reflectaba débilmente.
Y mientras ella parecía ignorarme limpiando su mesa con un pañuelo azul celeste procedí;

-lo siento profesora, últimamente estoy un tanto ausente, por favor, deme otra oportunidad, le prometo que mañana le traeré la obra-dije mientras mis manos  se apoyaban en la grande y rectangular mesa.

Carrigan dejó de limpiar y me lanzó una larga mirada y un incomodo silencio, que en nada se dispuso a romper;

-Audrey...mañana a la hora del almuerzo te espero en la biblioteca, trae la obra o no tendré más remedio que suspenderte, y créeme, eso sería algo que de verdad me dolería.

Después de escuchar las compasivas palabras de la profesora, me sentí intranquila por miedo de volver a decepcionarla. Además de que sería un acto muy estúpido por mi parte, también suspendería y eso era algo que realmente me asustaba. Mientras ese sentimiento de culpa se paseaba por mi mente, la profesora se despidió de mi:

-Bueno Audrey,  intenta no fallarme mañana, deseo que te inspires en la obra y así poder ponerte una buena nota.

-Si profesora, lo haré, gracias por darme una segunda oportunidad, hasta mañana.

Y me despedí de ella con un gesto de manos, saliendo apresuradamente por la puerta del aula, ya que acababa de recordar que había dejado olvidado mi paraguas en casa, y allí fuera estaba diluviando. 
No sé porque me pase media hora en el lavabo de mi piso arreglándome el pelo para ir a la universidad, si cuando salí a la calle en menos de 3 segundos el agua me lo destrozó por completo. 

Hacía un frío aterrador, los bordes de las aceras estaban llenos de escarcha, al igual que los cristales de los coches bien aparcados en la calle. Tenía unas enormes ganas de llegar a casa, comer aquel plato de ensalada que guarde la noche anterior en la nevera, y de darme un buen y largo baño de agua caliente.

Era como si un lago de lava me hubiera inundado los pies, del frio que sentía en ellos me impedía caminar con facilidad. Al girar cojeando la calle donde había un edificio en obras, y los grafitis mostraban sus colores en cada una de las paredes  de las casas, sin salvarse ninguna,  allí sentado en un escalón de uno de los tantos hogares abandonados, estaba el chico de mi clase, el que no sabía su nombre, aquel que de mirarlo me estremecía sin saber porque.

Parecía estar esperando a que parase la lluvia, acurrucado bajo el porche con la capucha puesta, con la cabeza cacha ocultando su rostro y principalmente sus ojos. De su pelo goteaban unas pocas gotas, y de su pálido rostro parecía dibujarse una sonrisa.

Me dio miedo, y decidí seguir adelante sin que  notara que lo había visto. Pero antes de que volviera a girar la esquina de la calle donde se alojaba mi casa, el chico con voz seca me pidió que me acercara. Intenté no cruzarme con sus ojos, que quedaron vagamente al descubierto al hablarme. Vacilé un poco antes de  acercarme a él, y finalmente, me paré delate de el.

- ¿Querías algo en especial? - dije intentando que no se notara miedo en mis labios.
- Sólo hablar contigo. - contestó con aquella voz tan seria.
- Dime entonces. ¿Que quieres?

Se quitó la capucha, dejando totalmente su cara al descubierto. Nunca antes me había fijado, posiblemente porque siempre estaba callado en la última fila, como si fuese una aparición y  al final de las clases siempre se iba antes que nadie, dejando la silla intacta pegada en la mesa; pero realmente ese chico era muy atractivo.

Tenía un color de  ojos precioso, nunca antes visto. Eran de un tono color miel claros, con tonos más oscuros por el centro, perfilando el iris, un color realmente extraño e insólito, Sus labios, perfectamente lineados con su rostro, y su nariz puntiaguda y larga, dejaron que mi corazón se apresurara sin querer a latir con fuerza. Aparté mi cara embobada, y de nuevo comenzó a dialogar;

- Parece como si no me hubieses visto nunca, Audrey. - dijo con una voz un poco más cálida.
- ¿Cómo sabes mi nombre? - pregunté sorprendida, girando la cara rápidamente hacia donde él se encontraba.
- Vamos a la misma clase, ¿no es lo normal recordar los nombres de tus compañeros?

De repente un sentimiento de vergüenza recorrió mi cuerpo con profunda plenitud. No es que yo estuviera obligada a recordar su nombre, y no sé porque, al escuchar su voz seca pero a la vez afectuosa, me hizo pensar que no tendría que  haberlo juzgado. Aunque tampoco llegué a pensar nada malo de él, ya que no me dio ningún motivo para hacerlo, pero cada vez que lo veía, una  extraña sensación me invadía, como si despidiera un aura que aterrorizaba mi ser. Pero a la vez, no podía dejar de girar la vista hacia donde se encontraba, aunque siempre tenía la misma expresión de seriedad en su faceta.

-No te preocupes, solo quería hablar con alguien que pudiera entender mis palabras – prosiguió procurando hacer dulce su acento.
- ¿A qué te refieres..? - contesté tragando saliva.
-ya sabes a que me refiero, tu, también ves cosas, cosas que no solo están en tu cabeza, me equivoco? 
-yo no veo nada, no sé qué quieres decir-respondí con la voz un tanto temerosa.
-yo creo que si-dijo secamente.
-no! Yo no veo nada! nada!-grité mientras sentía como mis ojos se esforzaban por no dejar caer una lagrima de ellos.

Me saqué las llaves del bolsillo de mi cazadora y nerviosa di media vuelta para seguir mi corto recorrido a casa. Pero antes de que mis pies marcaran un tercer paso, el chico reanudó con sus hablares;

-como quieras, pero…yo también los veo, adiós, y hasta mañana, Audrey.

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