El doctor Auguste Messen, profesor en la Universidad Católica de Lovaina trabaja poseído por el fervor y el entusiasmo en su laboratorio de Física Atmosférica. Messen investiga sobre las radiaciones infrarrojas en los focos luminosos en la panza de los misteriosos triángulos voladores detectados por la Fuerza Aérea belga. Messen confía en obtener prontos resultados.
A lo largo de la oleada, el papel de las Fuerzas Armadas fue decisivo. El primer encontronazo con la prensa giró alrededor de varias frases cliché: si se admitía que la madre del “bebe furtivo” era el Pentágono, si los Ovnis descriptos por los testigos tenían un parecido notable con aquellas aeronaves y si las observaciones continuaban, ¿qué significaba esa intromisión? ¿Quién la había autorizado? La negativa de los militares a tomar en serio la posibilidad de que el espacio aéreo belga estuviera siendo sistemáticamente ultrajado por una nación aleada era terminante. Pero ¿para qué probar un prototipo experimental en un área densamente poblada, con el riesgo siempre latente de un accidente? Las proezas ilegales de eventuales superaviones de bandera norteamericana, ¿justificarían el shock que semejante noticia ocasionaría a nivel diplomático? ¿Estarían dispuestos los Estados Unidos a pagar un precio tan alto? ¿Y por qué sería Bélgica el país elegido para montar una operación tan delicada?
Frente a este ángulo del debate, el general Wilfried De Brower (número tres en la jerarquía militar belga) abandona toda ambigüedad. Para él, la sola idea de que la oleada tenga puntos de contacto con incursiones no autorizadas del avión furtivo se le antoja inadmisible: “tal hipótesis está excluida y las razones son varias. Primero, estos aviones (los F-117) no pueden detenerse en el aire. Segundo, tampoco pueden desplazarse a las velocidades descomunales a las que se refieren los testigos y si pudieran hacerlo es evidente que producirían muchísimo ruido. Tercero, los norteamericanos deberían obtener el permiso del ministro de Defensa para hacer sus experimentos sobre territorio belga y nunca hubo tal pedido.”De Brower basa sus conclusiones en las sorprendentes maniobras realizadas por los objetos no identificados que, durante la noche del 30 al 31 de marzo de 1990, mantuvieron en jaque a dos cazabombarderos F-16 enviados por la Fuerza Aérea belga en un procedimiento que debía interceptar e identificar a los intrusos. En esa ocasión, el objetivo fue alcanzado a medias: los radares captaron y calcularon los rendimientos de las misteriosas aeronaves. Y según las evidencias disponibles, en ningún momento lograron identificarlas. “Uno de esos objetos (se asombra el alto jefe de la aeronáutica) se desplazó a una velocidad que para nosotros no es convencional….Primero lo hizo a una marcha muy lenta, después a una velocidad fenomenal en dirección a tierra. Veinte segundos de observación fueron suficientes para llegar a la conclusión de que hubo alguna cosa en el aire. “El tono de estas declaraciones (que concedió a Pierre Lagrange de la revista Ovni Présence) explica porqué a sido el general De Brower uno de los principales promotores de la política de acercamiento con la Sociedad Belga para el Estudio de los Fenómenos Espaciales (Sobeps), que en su punto culminante permitió a los civiles consultar, de un modo casi irrestricto, el archivo Ovni de los militares. Más tarde Sobeps estuvo en condiciones de difundir un caudal de información que, de otro modo, hubiera permanecido fuera del alcance del público y comprobaron que la Fuerza Aérea sigue consternada, sin poder explicar la naturaleza de los elusivos fenómenos.
Fuente: http://www.mysteryplanet.com.ar [derechos de autor]
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